Hace
cosa de días me llamó desde Buenos Aires mi hijo Ramiro Sergio, que está por
culminar especialización médica, para saludarme y enterarse sobre los
acontecimientos del terruño.
Debo confesar que buena parte del tiempo de esta inter-acción vía
telefónica se centró en un intercambio de opiniones acerca de la perspectiva a
la que apuntan los hechos y la dinámica política del actual gobierno de
Santiago de Tolú, presidido por el empresario del transporte -médico además-,
Tulio Patrón Parra.
El otro componente del diálogo versó sobre el debate nacional en
torno al avance de los acuerdos de paz entre el gobierno del presidente J. M.
Santos y la FARC-EP, y la inminente firma de éstos a corto plazo; y, claro, en
este terreno, resulta obligatorio hacer referencia a la polarización que vive
el país por cuenta de este trascendental asunto y los antecedentes políticos
que rodearon la posesión y el curso posterior de los actos de gobierno del primer
mandato del presidente actual y, la correspondiente diferenciación con su
predecesor, hoy jefe del llamado Centro democrático.
Frente al primer tema, revisando algunos indicadores a vuelo de
pájaro, ratificamos la esperanza de que las cosas en lo local evolucionen para
bien del saneamiento y organización del ente municipal y de la vida de sus
gentes, superando la horrible noche de la grosería e indelicadeza que alcanzó a
entronizarse en el palacio de gobierno.
Con respecto al componente dos, coincidimos en la caracterización
de la confrontación vigente en el país con grado de polarización, como el más
grotesco ruido que ha suplantado el combate (racional) de las ideas y los
argumentos.
En la raíz del grito, la bravuconada y la retórica estridente, se
halla el tropel de los egos de obesidad anti-estética, desmedidos en su
requerimiento de culto a la personalidad, amalgamados a sentimientos primarios
y prosaicas prácticas, pero hábiles para revestirlas de bien común e intereses
de patria.
En esta gesta grandilocuente, de impostación y ejercicio de
impostor, el ex-presidente merece el mayor reconocimiento! Toda vez que por sí
mismo y combinando todas las formas de actuación, perdón, de lucha, ha logrado
minimizar su catadura profundamente inmoral emparentada con un sórdido mundo
que desborda el código penal. Lo que de alguna manera abona para aseverar que
tal señor jamás ha debido ser presidente de la república.
La discrepancia con mi hijo estuvo en su consideración según la
cual quienes en el espectro político colombiano fungen de agentes o entidades
claramente diferenciadas (y/o sus antípodas) respecto del susodicho personaje,
rayan en la estupidez al darle pábulo a aquel al concederle la calidad de
interlocutor legítimo. Y justamente, según acota Ramiro Sergio, es esto lo que
mantiene vigente a quien fuera recientemente presidente y hoy senador.
En el momento lo adjetivé de idealista y no menos que simplista.
Este miércoles18 de mayo, después de leer en el periódico
medellinense El Colombiano*, la columna “Cuando no llegan los Barbaros”, de
Arturo Guerrero, he vuelto retomar la idea planteada por el hijo. El autor del
artículo pareciera que pertinentemente llegara en su apoyo, al cierre de su
artículo asevera: “No hay que enfrentarlo pues su munición pública es
embaucadora. Basta olvidarlo, ignorar su trampa, dejar que vocifere solitario
frente a las huestes lastimeras del pretérito.”
Y en líneas precedentes, Arturo Guerrero había invocado la palabra
del escritor rumano Emile M. Cioran con su impronta aforística y sentenciosa:
“Estáis tranquilos, olvidáis a vuestro enemigo que vigila y espera. Se trata
sin embargo de estar preparado cuando arremeta. Vosotros venceréis, pues a él
le habrá debilitado ese enorme desgaste de energía que es el odio.”
Y remata nuestro Columnista: “Quien quiera comprobar el efecto del
odio como desgaste de energía, que repare en la fotografía del cizañero mayor:
pelo cenizo, ojos inyectados, dedo tembloroso, ausencia de risa, rictus arisco,
esqueleto que tiembla.”
Elemental y sabia recomendación: bajarlo del pedestal al que lo
encumbramos, no concediéndole el carácter de interlocutor. Jamás perder la
iniciativa y no incurrir en proceder reactivo. Que en honor a su megalomanía,
emule, pero con dios!
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El Colombiano. Medellín 18 de mayo- 2016
Ramiro del Cristo medina Pérez
Santiago de Tolú, mayo 19 2016